El caso Gorbachov

Serguéy Kalinin

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Publicado originalmente bajo el título “Дело Горбачёва”, ayer lunes 5 de septiembre de 2022, en la revista electrónica rusa Рабкор (Rabkor). Traducido del original en ruso y parcialmente adaptado (para mayor claridad del lector no familiarizado con la lengua rusa ni con la historia de la URSS o, en particular, de la perestroika) por Rolando Prats para Patrias. Actos y Letras. Salvo en el caso de nombres propios bien conocidos y de transliteración consagrada por el uso —Gorbachov o [Lev] Trotsky, por ejemplo—, para la de otros nombres se ha utilizado el alfabeto fonético internacional reformado (por ejemplo, ye– y no e- o ie-, en el caso de la letra rusa е, o ya– y no ia-, en el caso de я, y así sucesivamente). Todas las citas —incluida la de Trotsky que sirve de exergo al artículo de Kalinin— se tradujeron directamente del ruso.

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“Sería un capitalismo de un tipo especial: esencialmente de carácter colonial, con una burguesía compradora, un capitalismo saturado de contradicciones que le negarían la posibilidad de un desarrollo progresivo. Pues todas esas contradicciones, que, según nuestra hipótesis, podrían llevar a la implosión del régimen soviético, se transformarían inmediatamente en contradicciones internas del régimen capitalista y pronto se habrían agudizado aún más. Ello significa que en el propio seno de la contrarrevolución capitalista se engendraría una nueva revolución de octubre… Por supuesto, hay que estar ciego para pensar que un resurgimiento del capitalismo comprador es compatible con la ‘democracia’. Para quienes puedan ver está claro que está totalmente excluida toda posibilidad de una contrarrevolución democrática.”

Lev Trotsky, Termidor y bonapartismo, 1930

Ha muerto Mijaíl Gorbachov.

Y con él, ha pasado para siempre a la historia toda una época.

¿Cómo fue la época de Gorbachov?

La intelligentsia liberal, en su mayoría, ha llorado al unísono la muerte del primer y último Presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), “el reformador que nos hizo libres”. En cambio, en círculos ultraconservadores de todas las tendencias y todos los matices abundan quienes se mofan abiertamente del “traidor que hizo que se desplomara la Unión Soviética”. ¿Quién anda en lo cierto?

Esclarezcamos las cosas.

Para empezar, es menester comprender quién era en realidad Mijaíl Gorbachov.

Gorbachov era un típico apparatchik local del partido en el momento de convertirse en protegido de Yuri Andrópov. Mucho tiempo después, Gorbachov se las arreglaría para presentarse como alguien “ideológicamente opuesto al comunismo” y cuyo objetivo deliberado era destruir desde dentro el “sistema totalitario soviético”. ¿Es cierto acaso?

Es poco probable.

Aunque no fuese sino por el hecho de deberse al aparato partidista, Mijaíl Gorbachov no estaba personalmente interesado en destruir en cuanto tal el sistema estatal soviético, no sólo porque él mismo era parte integrante de ese sistema, sino porque además lo dirigía. Gorbachov no llegó al poder desde fuera, como Václav Havel o Lech Walesa en Checoslovaquia o en Polonia, sino que fue ascendido al puesto de Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) desde el seno de la propia nomenklatura del Partido. ¿Qué buscaba entonces Gorbachov?

La respuesta es muy simple. En un principio, Gorbachov trató de modernizar y reformar el “estancado sistema soviético”, según su propia interpretación de la situación, con el fin de “maquillarlo” para consumo externo, pero en cuanto se le fue de las manos el proceso de reforma, trató de revertirlo. Desafortunadamente, ya era demasiado tarde. El genio se había escapado de la botella. Y el “proceso prosiguió su curso” según su propia lógica.

Gorbachov y Yeltsin eran de la misma generación y hasta habían nacido en el mismo año. Uno y otro habían comprendido con toda claridad que en la URSS se podía hacer carrera política y obtener poder real sólo dentro del aparato del PCUS; no había otro camino. Al mismo tiempo, por su propia naturaleza, ninguno de los dos era revolucionario, como sí lo había sido la primera generación, prerrevolucionaria, de “viejos bolcheviques”. Siquiera por su edad, tampoco conocían personalmente a ninguno de los viejos revolucionarios. De ahí que no estuvieran al servicio de los “ideales de la revolución”, sino de los intereses inmediatos del “Partido y del Gobierno” y que fueran personas pragmáticas y no versadas en cuestiones teóricas.

Precisamente debido a esa mentalidad pragmática, ninguno de los dos pensaba en términos de categorías marxistas, habiéndose más bien habituado a informar “debidamente” de los éxitos obtenidos y a hacer carrera recitando los mantras ideológicos de rigor, de manera similar a como lo hace la mayoría de los creyentes, que recitan sus oraciones sin pensar. Creían en el Partido como en una fuerza real, pero no así en los ideales del comunismo. ¿Por qué? Porque Gorbachov y Yeltsin y muchas otras figuras del Partido eran productos de su época. Su juventud había coincidido con la época del “deshielo” de Jrushchov, marcada por el rechazo de la idea de la “dictadura del proletariado” y por el comienzo de la coexistencia pacífica entre los sistemas soviético y occidental, por muy relativa que esta haya sido. Ese período contribuyó al surgimiento en el interior del sistema soviético de figuras de “nuevo tipo”, convencidas de la necesidad de reformar el sistema soviético occidentalizándolo. Sería entonces sólo cuestión de tiempo antes de que se rechazaran definitivamente las “creencias socialistas” y, por tanto, se consumara la contrarrevolución.

Mijaíl Gorbachov. Congreso de los Diputados del Pueblo de la Unión Soviética (1989-1991). 15 de marzo de 1990. Moscú. Foto: The Washington Post.

Ahora bien, si con sus actos Gorbachov enterró el sistema soviético y a la propia URSS, ¿qué era lo que, a sus ojos, habría de sustituir al socialismo? Después de todo, es poco probable que Gorbachov haya cortado deliberadamente la “rama en la que estaba sentado”. Ello, efectivamente, habría sido paradójico. Sobre todo porque, al darse cuenta de que estaba perdiendo el poder que todavía tenía en sus manos, Gorbachov optó por romper gradual y parcialmente con la idea de seguir llevando a cabo reformas. Fue bajo su mandato que se establecieron unidades especiales de policía (sistema OMON) y fue bajo su mandato que se agudizaron los conflictos interétnicos en las repúblicas soviéticas y se derramó sangre en Tbilisi y Vilnius, algo que los actuales apologistas liberales de Gorbachov prefieren no recordar.

Harina de otro costal era “reformar” la URSS para no perder el poder personal que había amasado, tratando al mismo tiempo de que la URSS ingresara en la “familia de las naciones civilizadas”, llegando así a formar parte del “exitoso” mundo occidental y poniendo fin al enfrentamiento entre los dos sistemas mundiales.

¿Para qué necesitaba eso Gorbachov?

Por otra parte, habiendo renunciado a luchar por construir un estado proletario mundial, la URSS no podía sino ser absorbida por el sistema capitalista mundial, pasar a ser parte de su periferia como lo había sido el imperio zarista antes de la Revolución. En tales circunstancias, la URSS no tenía la menor posibilidad de derrotar al mundo occidental.  Del mismo modo que en una partida de cartas no es posible ganarle a un tramposo, es imposible superar el capitalismo siguiendo la propia lógica capitalista. Por tanto, Gorbachov y la élite gobernante de la URSS tenían un interés fundamental en unirse a los ganadores en las condiciones más favorables posibles. El conflicto entre Gorbachov y Yeltsin no era un conflicto entre un “demócrata”, por un lado, y un “conservador”, por el otro, sino entre dos arribistas del aparato del partido por su lugar bajo el sol. Se impuso Yeltsin, el más resuelto y audaz de los dos.

Mijaíl Gorbachov “sirvió fielmente” al sistema soviético e hizo carrera. También lo hicieron Boris Yeltsin y Yegor Gaidar y muchos otros futuros restauradores del capitalismo, incluido el actual Presidente. Pero tan pronto como el PCUS y el sistema soviético se convirtieron para ellos en un estorbo, rechazaron la vieja ideología y sus normas de vida sin un momento de vacilación ni un solo lamento.

En época de Gorbachov, los aspirantes a restauradores del capitalismo preferían llamarse a sí mismos “demócratas” y no escatimaban oportunidad de pontificar sobre la “cooperación”, la “lucha contra los privilegios” y la vuelta a las “normas leninistas”, pero pronto quedó claro que no eran “demócratas” sino señores liberales burgueses, que no era de cooperación que hablaban sino de privatización, no de normas socialistas leninistas sino pura y simplemente de capitalismo.

Si Gorbachov, Yeltsin et al hubiesen podido llevar a cabo una restauración del capitalismo dentro de la Unión Soviética en beneficio de sus propios intereses de clase, así lo habrían hecho, pero la propia lógica de los acontecimientos se los impidió.

De todos es sabido el fin que aguardaba al ex Jefe de Estado soviético. Un comercial para Pizza Hut. Un resultado irrisorio en las elecciones presidenciales de 1996. Y, por último, toda una trayectoria de franco servilismo a Putin.

¿Sigue vivo el caso Gorbachov? Así es. Al fin y al cabo, la cuestión principal para Gorbachov no era la cacareada glasnost, sino la perestroika o reestructuración (¡léase desmantelamiento!) del sistema soviético. Al fin y al cabo, si Gorbachov y Yeltsin no hubiesen sido en realidad restauradores del capitalismo, sino luchadores contra el “oscuro pasado totalitario”, ¿qué les habría impedido tratar de democratizar el sistema soviético sobre la base de las ideas del socialismo y de la preservación de la URSS? Al fin y al cabo, si la Unión Soviética todavía existiera, no estaríamos asistiendo a nuevas guerras civiles entre “ex” pueblos soviéticos, guerras de “todos contra todos” desde Nagorno Karabaj y Transnistria hasta Chechenia, ni a “operaciones especiales” en Ucrania.

Para muchos liberales, el mérito de Gorbachov estriba en el hecho de que gracias a su política de perestroika fue posible en la URSS contender de manera abierta en el ámbito político. Lo cual podría acreditársele a Mijaíl Gorbachov si las libertades que este “concedió” hubiesen podido ser utilizadas con éxito por los pueblos de la URSS como arma contra los restauradores del capitalismo, oportunidad que, por desgracia, se perdió. Los oponentes políticos de Gorbachov y Yeltsin o eran ultraliberales, como Valeriya Novodvórskaya, o conservadores de “izquierda”, como Nina Andréyeva y Viktor Anpilov. No había lugar en ese rifirrafe para ningún socialismo democrático ponderado. No deja, sin embargo, de llamar la atención la pasión con la que gente que se llama a sí misma liberal está dispuesta a glorificar al reformador Pedro el Grande, al “libertador” Alejandro II, al antiguo “fiel estalinista” Nikita Jrushchov y, a la postre, al propio Gorbachov. Huelga decir que esa visión “nomenklaturista” de las cosas es simplemente ridícula.

Una verdadera democracia, es decir, el poder del pueblo, es posible sólo en el marco de un verdadero socialismo, es decir, en un sistema de propiedad pública y popular. Sólo que no habrá élite que desde arriba conceda esa libertad al pueblo; esa libertad podrá ganarse y defenderse sólo en batallas de clase, difíciles de ganar, pero —de ganarse— de triunfos duraderos.

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